Nada más salir del alojamiento pusimos rumbo a nuestra primera parada: la ciudad independiente de Christiania. El paseo fue agradable, como dije en una entrada anterior, disfrutábamos de un sol reconfortante que, extrañamente para un español y una cubana, no quemaba. Pudimos comprobar como los daneses, en cuanto salen los primeros rayos de sol, toman calles y parques para disfrutar la oportunidad de tomar la vitamina que tan pocas veces se presenta. Era gracioso ver cómo se levantaban las camisetas dejando el ombligo al aire.
Desde los canales, andando tranquilamente, se llega en media hora. Christiania es un barrio autogobernado de Copenhague. Nada más entrar, uno se da cuenta de que el orden danés se ve roto por la anarquía más absoluta. Grafitis (algunos verdaderas obras de arte), calles sin asfaltar, museos clandestinos y toneladas de pintura de colores predominan durante el paseo en fachadas de casas, árboles y chatarra reutilizada como jardineras o street art.
Christiania se fundó en 1971. Los vecinos de la zona quisieron buscar utilidad a unos barracones militares abandonados. Aquellos padres pensaron en espacio de juego para los más pequeños, lejos del nacimiento de una protesta política que derivó en una contracultura anarquista. La comunidad creció en adeptos con una regla inviolable: nadie sería propietario del lugar donde vivía. El gobierno danés decidió dar luz verde al movimiento social por considerarlo una ‘iniciativa pasajera’ sin recorrido ni futuro. El experimento echó raíces beneficiado por convertirse en uno de los mayores centros de venta de marihuana y otras drogas. Todos conocían Christiania como Green District, incluida la policía que andaba como loca intentando atajar el problema del consumo.
La bandera de Christiania está por todas partes. Es el emblema de fondo rojo salpicado por tres puntos amarillos, que no son otra cosa que los tres puntos de las íes del nombre del barrio. Un recuerdo curioso puede ser la camiseta punteada.
En la actualidad se dice que la distribución y venta de drogas está erradicada. No vimos ‘menudeo’ alguno, aunque sí olimos la marihuana por todas parte, hasta tal punto que, de vuelta, unos chicos nos preguntaron por Christiania respondiendo Gaviota que “se guiaran por el olfato”. En Christiania viven cerca de mil personas y, al estar exenta del pago de impuestos, se puede aprovechar la visita para comprar souvenirs artesanos más baratos que en Copenhague. Si el calor aprieta, se puede tomar una rica cerveza de marihuana de venta en casi todos los establecimientos, sabe a cerveza normal. Para pagar nosotros pudimos pagar con tarjeta sin ningún problemas, aún cuando en algunos blog leímos que era obligatorio pagar en efectivo.
Ah, se nos olvidaba, en Christiania está prohibido hacer fotografías. Hay multitud de prohibiciones que, tratándose de un espacio anarquista, sorprende y casi nadie respeta. Nadie nos impidió expresamente utilizar los móviles, entendiendo que la prohibición está destinada en lugares concretos digamos menos accesibles para el común de los turistas.
Christiania es una visita obligada, no en vano es el segundo emplazamiento más turístico de todo Dinamarca. Te estarás preguntando si es seguro: sí. Nosotros fuimos de día, a primera hora de la tarde y estaba llena de familias con niños. Sólo hay que respetar a los lugareños y aceptar su opción de vida. Ir por la noche entra ya dentro de la cordura y lo intrépido que cada uno se sienta. ¿Yo iría? Rotundamente no.
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Una anécdota curiosa.
Cuando se construyó el edificio de la opera (visita obligada por su arquitectura), el multimillonario que costeó las obras (2500 millones de coronas danesas), odiaba Christiania. Como veía la ciudad desde Copenhague, eligió el emplazamiento para la ópera justo entre la ciudad anarquista y la capital. El multimillonario recibió poder absoluto durante la construcción. Tanto le tocó las narices al arquitecto que, en represalia, hizo que la iluminación de la fachada recordase la bandera de Christiania. Ironías de la boda, el magnate tendría la tendría presente de por vida.
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